La diversidad lingüística constituye no solamente una amplia gama de sentidos y visiones con que se interpreta el mundo, sino puede ser entendida, como una pluralidad de grupos humanos que interactúan en distintos espacios sociales. Desde la constitución de los estados nacionales latinoamericanos se concibieron imaginarios de sociedades monolingües y mono culturales a través del español como única posibilidad lingüística de los diversos proyectos civiliza-torios impulsados en todos los países latinoamericanos y cuyo paradigma último era emular a las naciones europeas letradas. Se estableció el papel hegemónico del español, como medio de sistematizar la cultura y con ella, la educación, los espacios públicos reconocidos y las comunicaciones formales. Una de las consecuencias de estos proyectos civilizatorios fue crear dicotomías y se remarcó con fuerza la diferencia “nosotros-ellos”. De esta forma los Estados asumieron su principal rol paternalista de crear e impulsar los proyectos de desarrollo desde su particular punto de vista. El eje idiomático de este paradigma europeo fue el crear sociedades modernas y desarrolladas desde el idioma español. Al gran universo lingüístico de los pueblos originarios del continente, se le colocó en una posición subalternada, marginada de los procesos modernos de desarrollo; se aisló a los hablantes de lenguas amerindias en ámbitos de comunicación doméstica o informal, con el estigma de no ser vehículos apropiados para salir de las típicas condiciones de extrema pobreza.
Se entendió que para lograr el progreso de los países latinoamericanos era necesario privilegiar el uso del español con el consecuente desprestigio del resto de las lenguas. Pero esta concepción establecida desde los grupos que ostentaban el poder socio-económico no consiguió pernear todas las relaciones culturales de la vida cotidiana, la diversidad lingüística se mantuvo no obstante los esfuerzos realizados por los grupos dominantes. Ciertamente se inició el proceso trágico de pérdida y extinción de los idiomas amerindios que contribuyó de manera inimaginable a la confusión de identidad que ha caracterizado a los países latinoamericanos en los pasados dos siglos.
La lengua es uno de los rasgos básicos de la identidad de todo ser humano. Cuando las lenguas se desprestigian, lo hacen a la vez los portadores humanos de las mismas. Se les re clasifica en sociedades no equitativas o desiguales en las relaciones de sus miembros.
Con la entrada en vigencia de las primeras Constituciones Políticas, se establecen los hechos fundacionales que van perfilando las pretendidas identidades nacionales como unificadas, sin incluir las características propias de la diversidad lingüística y cultural de nuestros países. De esta manera, desde mediados del siglo XIX y hasta nuestros días, se definen las relaciones entre el español y las lenguas indígenas, que solemos abordar en los estudios lingüísticos como lenguas en contacto pero que también podríamos considerar como lenguas en conflicto. Es en la conflictividad lingüística que surge la necesidad de una adecuada política y planificación lingüística que medie entre las diferencias de los hablantes de diversas lenguas y que establezca cuál es el camino que debe seguirse para que los derechos lingüísticos de todos los latinoamericanos sean respetados.
Cada lengua representa una visión diferente del mundo en el que vivimos sin importar la lengua que sea. También la lengua puede ser un marcador para representar de dónde venimos, quiénes somos y las ideas de la sociedad a la que pertenecemos. Por estas razones, una lengua es un marcador importante en la identidad de una persona (Woodbury, 1997). La lengua representa al PUEBLO, representa la ideología de una comunidad, así que todas las lenguas merecen respeto y tienen valor porque contribuyen a la riqueza cultural de su nación (Rippberger, 1992). Es por ello que considero que nadie tiene el derecho de hacer desaparecer o imponer una lengua que ponga a otra en riesgo. Desafortunadamente éste ha sido el caso de muchas lenguas indígenas no sólo en México o en América Latina sino en muchas partes del mundo. Fuerzas culturales, económicas y políticas han sido factores que han estandarizado y homogenizado a muchas lenguas
“cada lengua es un museo vivo, un monumento de cada cultura” y que es una pérdida significativa para cada uno de nosotros si la diversidad lingüística se esfuma cuando podemos hacer algo para prevenir esta desaparición. Si las lenguas indígenas se extinguen esto significa que también perdemos la cultura de los hablantes de esa lengua y el conocimiento de sus ancestros (Daniels-Fiss, 2008). Esta es una de las tantas razones por las que es importante preservar y promover a las lenguas y especialmente a las lenguas minoritarias.
Desde mi punto de vista, enseñar y aprender lenguas es importante en la vida de cada persona porque nos ayuda a concientizar profundamente sobre la diferencia lingüística y cultural y al mismo tiempo nos sirve como un puente para ir más allá de las diferencias que nos separan. Tristemente se ha visto a la diferencia lingüística y cultural como un “problema” y se ha usado para separar a las sociedades. Creo que es posible usar dicha diversidad para unir a la gente en lugar de dividirla, por ejemplo, uno de los medios para lograr dicho objetivo es a través de verdaderos programas bilingües en comunidades indígenas en América Latina, por ejemplo, donde tanto el español y la lengua indígena se usen como lenguas de instrucción.